Del bicentenario a los artificios de Plaza Moreno Por: Néstor Fernández(Lic. en Ciencias Políticas)
Ha más de ocho meses de que la masividad y, consecuente, repercusión de los eventos conmemorativos respecto al bicentenario realizados en la ciudad de Buenos Aires, en el denominado Paseo del Bicentenario, sorprendió a propios y extraños. La festividad de esos días irrumpió las lógicas cotidianas del uso público y del habitar de la ciudad, como del temario mediático.
El carácter masivo de los eventos permitió, aunque sea efímeramente, visibilizar la posibilidad de la ocupación del especio público por la heterogeniedad de los sectores sociales. Sin embargo, es necesario remarcar que dicha intervención sobre la ciudad y, principalmente, sobre su sacrosanto espacio de movilidad, las calles, sólo fue aceptado en tanto condición de espectador y no de sujeto político. O precisamente por esta condición de un sujeto político espectador sometido a una ritualidad escolar.
Sin embargo, algo destacable de las actividades y contenidos de las festividades del bicentenario, en comparación con las acaecidas hace una centuria, es la reivindicación de una condición hacia lo propio y lo latinoamericano, respecto de los que otrora fuera una preocupación europeizante y de ocultamiento de conflictividades. El lenguaje latinoamericanistas y la mostración de los horrores de las propias actuaciones (dictadura militar y Malvinas) permiten avizorar un horizonte de época desde donde plantearse la discusión sobre el relato histórico y actual que un país pretende darse a doscientos años de su declaración y acción revolucionaria independentista.
Estas remembranzas sobre las festividades conmemorativas, en ese caso respecto del bicentenario de la Revolución de Mayo, propone un eje de análisis respecto de similares actos públicos, en este caso el aniversario de La Plata. Las condiciones de espectacularidad de los eventos conmemorativos sustentan sus legitimidades, principalmente ante las erogaciones presupuestarias que implican, en las lógicas de gratuidad y de masividad de un evento, entretenimiento, para la población y en las éticas políticas que son puestas en evidencia en los discursos, en la organización, es decir, el sustrato cultural que se pone en juego en cada acto público (político).
Respecto de los actos y performance de este último viernes ante un nuevo aniversario de la fundación de La Plata, la convocatoria a través de sus artistas más reconocidos ( Cordera, Los Auténticos Decadentes y Fito Páez) hacía preveer un evento multitudinario y de un interesante nivel artístico. Expresiones de una bohemia anti-sistémica (por no decir anti-capitalista) con una sobrevaloración de lo sentimental y de la felicidad por parte de Cordera. La condición límite de Los Auténticos entre los festivo, lo popular y la conservación de una calidad compositiva que resguarda el hecho artístico a pesar mostrarse con pretensiones de no serlo. La reconocida y, a su vez, pretenciosa composición de Páez. Augurando un espectáculo con un repertorio asequible y cotidiano para un gran espectro de los concurrentes.
Estas condiciones, más un buen equipamiento sonoro y escenográfico fueron las cualidades técnicas de una celebración que masivamente habito en espacio de la plaza Moreno. Ocupación popular que fue acompañada de una incontable industria gastronómica, en base a puesto ambulantes de choripanes y hamburguesas, y del entretenimiento infantil, con carritos y lonas a tales fines. Una gran kermes.
La prioridad de la lógica del espectacular y del comercio kermesiano fueron los principios asépticos en cuanto a proclamas políticas que dominaron esta festividad, suponiendo una supresión de la política. Sin embargo, este principio apolítico y del espectáculo dejo entrever una manifestación de las consecuencias políticas de un pensar apolítico. La mediación de las performances musicales, de las cuales fueron remarcables, más allá de las mencionadas, las de Pajaros y Crema del Cielo, a través de una idea de la expansión televisiva de un programa como Animales Sueltos, con sus personajes ( “Coco” Silly, Fantino, Carna y algunas vedettes de moda) como presentadores y con la utilización de un lenguaje y códigos propios de las transmisiones televisivas, encarriló esta festividad a lo más decadente de cualquier expresión cultural.
Las continuas intervenciones de los presentadores, lógica a un espectáculo de tantos actos, configuró el espíritu político de este hecho. El uso permanente, hasta agotador, de lenguajes chabacanos, pretenciosos de asumir un humor a través de trasgresiones tomando como objeto la sexualidad y la burla de ellos mismos, consumando una especie de egolatría insoportable, configuró el lenguaje político del festejo, más allá de las cualidades o expresiones políticas que existían en las producciones artísticas en sí mismas. Las únicas referencias vagamente políticas que el presentador oficial, Coco Silly, reiterara y sistemáticamente confluían en la cuantificación del acto (“somos 100.000 personas en la plaza”; “actualmente hay más de 100.000 personas en la plaza”, como toda cuantificación dudosa e innecesaria) y en el agradecimiento al inversor para que tal acto se realice ( “agradezcamos al Sr. Intendente de La Plata que hizo posible que este evento se realice”)
Estas condiciones de expansión del espectáculo, y consecuentemente de las lógicas del entretenimiento televisivo que marcaron el relato (político) de esta festividad, culminó, consecuentemente, con la espectacularidad de los fuegos de artificio, con una gran manifestación pirotécnica que superó los veinte minutos de duración. Este evento, tradicional de estas festividades, adquirió efectos de lo monumental por su potencia y prolongación. Indudablemente semejante producción cierra la lógica expositiva de este acto: masividad, espectacularidad, apoliticidad, derroche, ostentación y, todo sujeto a un principio general, lo efímero. Tergiversando una frase autocrítica de Nietzche, podría decirse que este hecho “huele a menemismo”. El menemismo cultural que domina los medios y ciertas lógicas comunicacionales, por decantación también las políticas
La festividad indudablemente es un evento que el Estado no debe abandonar ni relegar, debe brindar eventos que posibiliten los accesos públicos a espectáculos que de otra manera le serian imposibles a la mayoría de quienes ayer participamos de este acto, garantizando el espíritu de la festividad en la población como momento de reunión, jubilo y de ocupación del espacio público. Sin embargo, como garante de estos principios, el Estado posee mayores responsabilidades históricas y políticas que la mera asistencia y masificación de los eventos. El Estado es el garante de lenguajes, que deben relacionarse de una forma mucho más compleja y crítica con las lógicas y principios de los espectáculos televisivos para no quedar obturado y condicionado ante ellas.
Bajo estas consideraciones, parece interesante reflexionar sobre los actos conmemoratorios del Estado y las distinciones que los lenguajes organizativos imponen a cada uno de ellos. Bicentenario, con un criterio histórico revisionista (con cierto esperítu pedagogico). Aniversario, espectacularidad apolítica.
El carácter masivo de los eventos permitió, aunque sea efímeramente, visibilizar la posibilidad de la ocupación del especio público por la heterogeniedad de los sectores sociales. Sin embargo, es necesario remarcar que dicha intervención sobre la ciudad y, principalmente, sobre su sacrosanto espacio de movilidad, las calles, sólo fue aceptado en tanto condición de espectador y no de sujeto político. O precisamente por esta condición de un sujeto político espectador sometido a una ritualidad escolar.
Sin embargo, algo destacable de las actividades y contenidos de las festividades del bicentenario, en comparación con las acaecidas hace una centuria, es la reivindicación de una condición hacia lo propio y lo latinoamericano, respecto de los que otrora fuera una preocupación europeizante y de ocultamiento de conflictividades. El lenguaje latinoamericanistas y la mostración de los horrores de las propias actuaciones (dictadura militar y Malvinas) permiten avizorar un horizonte de época desde donde plantearse la discusión sobre el relato histórico y actual que un país pretende darse a doscientos años de su declaración y acción revolucionaria independentista.
Estas remembranzas sobre las festividades conmemorativas, en ese caso respecto del bicentenario de la Revolución de Mayo, propone un eje de análisis respecto de similares actos públicos, en este caso el aniversario de La Plata. Las condiciones de espectacularidad de los eventos conmemorativos sustentan sus legitimidades, principalmente ante las erogaciones presupuestarias que implican, en las lógicas de gratuidad y de masividad de un evento, entretenimiento, para la población y en las éticas políticas que son puestas en evidencia en los discursos, en la organización, es decir, el sustrato cultural que se pone en juego en cada acto público (político).
Respecto de los actos y performance de este último viernes ante un nuevo aniversario de la fundación de La Plata, la convocatoria a través de sus artistas más reconocidos ( Cordera, Los Auténticos Decadentes y Fito Páez) hacía preveer un evento multitudinario y de un interesante nivel artístico. Expresiones de una bohemia anti-sistémica (por no decir anti-capitalista) con una sobrevaloración de lo sentimental y de la felicidad por parte de Cordera. La condición límite de Los Auténticos entre los festivo, lo popular y la conservación de una calidad compositiva que resguarda el hecho artístico a pesar mostrarse con pretensiones de no serlo. La reconocida y, a su vez, pretenciosa composición de Páez. Augurando un espectáculo con un repertorio asequible y cotidiano para un gran espectro de los concurrentes.
Estas condiciones, más un buen equipamiento sonoro y escenográfico fueron las cualidades técnicas de una celebración que masivamente habito en espacio de la plaza Moreno. Ocupación popular que fue acompañada de una incontable industria gastronómica, en base a puesto ambulantes de choripanes y hamburguesas, y del entretenimiento infantil, con carritos y lonas a tales fines. Una gran kermes.
La prioridad de la lógica del espectacular y del comercio kermesiano fueron los principios asépticos en cuanto a proclamas políticas que dominaron esta festividad, suponiendo una supresión de la política. Sin embargo, este principio apolítico y del espectáculo dejo entrever una manifestación de las consecuencias políticas de un pensar apolítico. La mediación de las performances musicales, de las cuales fueron remarcables, más allá de las mencionadas, las de Pajaros y Crema del Cielo, a través de una idea de la expansión televisiva de un programa como Animales Sueltos, con sus personajes ( “Coco” Silly, Fantino, Carna y algunas vedettes de moda) como presentadores y con la utilización de un lenguaje y códigos propios de las transmisiones televisivas, encarriló esta festividad a lo más decadente de cualquier expresión cultural.
Las continuas intervenciones de los presentadores, lógica a un espectáculo de tantos actos, configuró el espíritu político de este hecho. El uso permanente, hasta agotador, de lenguajes chabacanos, pretenciosos de asumir un humor a través de trasgresiones tomando como objeto la sexualidad y la burla de ellos mismos, consumando una especie de egolatría insoportable, configuró el lenguaje político del festejo, más allá de las cualidades o expresiones políticas que existían en las producciones artísticas en sí mismas. Las únicas referencias vagamente políticas que el presentador oficial, Coco Silly, reiterara y sistemáticamente confluían en la cuantificación del acto (“somos 100.000 personas en la plaza”; “actualmente hay más de 100.000 personas en la plaza”, como toda cuantificación dudosa e innecesaria) y en el agradecimiento al inversor para que tal acto se realice ( “agradezcamos al Sr. Intendente de La Plata que hizo posible que este evento se realice”)
Estas condiciones de expansión del espectáculo, y consecuentemente de las lógicas del entretenimiento televisivo que marcaron el relato (político) de esta festividad, culminó, consecuentemente, con la espectacularidad de los fuegos de artificio, con una gran manifestación pirotécnica que superó los veinte minutos de duración. Este evento, tradicional de estas festividades, adquirió efectos de lo monumental por su potencia y prolongación. Indudablemente semejante producción cierra la lógica expositiva de este acto: masividad, espectacularidad, apoliticidad, derroche, ostentación y, todo sujeto a un principio general, lo efímero. Tergiversando una frase autocrítica de Nietzche, podría decirse que este hecho “huele a menemismo”. El menemismo cultural que domina los medios y ciertas lógicas comunicacionales, por decantación también las políticas
La festividad indudablemente es un evento que el Estado no debe abandonar ni relegar, debe brindar eventos que posibiliten los accesos públicos a espectáculos que de otra manera le serian imposibles a la mayoría de quienes ayer participamos de este acto, garantizando el espíritu de la festividad en la población como momento de reunión, jubilo y de ocupación del espacio público. Sin embargo, como garante de estos principios, el Estado posee mayores responsabilidades históricas y políticas que la mera asistencia y masificación de los eventos. El Estado es el garante de lenguajes, que deben relacionarse de una forma mucho más compleja y crítica con las lógicas y principios de los espectáculos televisivos para no quedar obturado y condicionado ante ellas.
Bajo estas consideraciones, parece interesante reflexionar sobre los actos conmemoratorios del Estado y las distinciones que los lenguajes organizativos imponen a cada uno de ellos. Bicentenario, con un criterio histórico revisionista (con cierto esperítu pedagogico). Aniversario, espectacularidad apolítica.
Por: Néstor Fernández (Lic. en Ciencias Políticas)
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