El alcalde de Buenos Aires y sus bravatas xenófobas se explican desde una trama siniestra de negocios, desespero de la derecha argentina, operaciones mediáticas y confabulaciones contra el gobierno nacional. La idiotez de Macri en el ojo del huracán.
No se trata de un sufriente ingenuo como el príncipe Mishkin. No, el alcalde de Buenos Aires le da la razón al diccionario: es un “engreído sin fundamento para ello; tonto; corto de entendimiento y carece de toda instrucción”. Pero eso no es lo peor, pretende ser político y gobernante y no puede desprenderse de su matriz de origen; es un fascista. Allí están sus declaraciones xenófobas de días pasados y allí están sus intervenciones como funcionario público.
Lo acontecido en las últimas horas en Villa Soldati, barrio del sur de la ciudad capital de los argentinos, fue suficientemente relatado en las ediciones de los días viernes 10 y sábado 11 de noviembre del diario Tiempo Argentino (www.tiempoargentino.com.ar). Los negocios inmobiliarios, la falta de políticas sociales pese a la existencia de un presupuesto para ellas, las articulaciones con bandas de matones de sindicatos y barras bravas del fútbol (su paso como presidente del club Boca Juniors lo puso en contacto con personal especializado en el crimen por encargo), la creencia a pie juntilla en la idea de que todo se resuelve con represión; todos esos vectores están muy bien desarrollados en el matutino que acabo de citar.
Sin embargo, quisiera añadir algo más. Los asesinatos y todas las agresiones de los provocadores de Macri contra cientos de personas que aspiran a un techo bajo el cual vivir con dignidad fue una operación planificada y forma parte de la misma estrategia que explica los asesinatos, en octubre pasado, del militante popular Mariano Ferreyra, y de los indígenas formoseños, días atrás. En el caso de Villa Soldati, no fue casual la elección del momento: el día de los Derechos Humanos y del tercer aniversario de un gobierno nacional que avanza y aumenta en forma geométrica su consenso dentro del seno de la sociedad.
Sin futuro político, al ex senador Eduardo Duhalde sólo le quedan dos de las patas de su construcción del pasado, pues perdió la fundamental: su capacidad de incidencia electoral. Lo que mantuvo es una suerte de andamiaje residual de bandas de delincuentes y matones y sus fuertes vínculos con los servicios de inteligencia más silenciosas de Estados Unidos en la región, en especial con la DEA.
La derecha conservadora argentina está desesperada ante la contundencia del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y su desenvolvimiento en las encuestas de cara a las elecciones del año próximo. Es una derecha que hace rato abandonó la práctica política para refugiarse entre las sombras de la conspiración; si hasta soñó alguna vez con usar a la extraña y patética figura de Julio Cobos, un vice presidente pero opositor, para entronizarlo al frente del Ejecutivo tras las fallidas operaciones destituyentes contra la jefa de Estado.
Ese es el tablero sobre el cual Duhalde, el de los residuos peligrosos, decide actuar. Dirige sus cañones contra el orden institucional y de paso se convierte, una vez más, en pieza útil para el diseño previsto más por las grandes corporaciones de matriz estadounidense que por los ocupantes de la Casa Blanca; aunque éstos acatan y disponen de fondos millonarios para que ese diseño se lleve a cabo: crear espacios territoriales y/o sociales fuera del control legítimo del Estado.
Se trata de un diseño de más o menos vieja data -el Plan Colombia fue su epicentro durante la temporada bushiana-, pero que en la actualidad, ante la consolidación de proyectos democráticos e inclusivos en Sudamérica, entre los cuales se destaca el que fundara Néstor Kirchner y en la actualidad conduce Cristina, trata de actualizarse.
Bandas como las duhaldistas y las del narcotráfico son sus instrumentos más vivibles y violentos; y desde allí actúan personajes como el legislador de la ciudad Cristian Ritondo, quien tuvo a su cargo la “operación Villa Soldati”, tras discretos asados con algunos de los más íntimos de Duhalde.
Pero también trabajan con denuedo otros personajes, los instrumentos menos visibles pero no por ello menos eficaces. Los directivos del Grupo Clarín no pudieron evitar que en sus redacciones se supiese, hace varios días, que las mesas de edición del diario, del canal de noticias TN y del resto de su medios estaban al tanto de lo que acontecería en Villa Soldati y de quiénes serían sus protagonistas principales. Jefes y editores ordenaron a sus “periodistas” más serviles que encaminasen sus respectivas coberturas: los matones del macrismo eran “vecinos” con legítimos derechos; y los baleados dentro del parque, quienes reclaman al gobierno de la ciudad viviendas dignas, son sujetos con palabras estudiadas, operadores de una maniobra de las autoridades nacionales contra Macri.
Cuando los hechos se precipitaron y el dispositivo de control semántico estalló por los aires (ayer por la noche sólo TN y C5N intentaban mantenerse firmes, mientras que en el resto las voces se iban equilibrando), esos editores, los esbirros de la palabra y de Héctor Magnetto, perdieron el control. Así fue como, por ejemplo, Eduardo Van der Kooy, interrumpió a un colega que entrevistaba a Macri para inducir a éste a que respondiese en el sentido de una conspiración del gobierno nacional contra él. Claro, quien de joven le pedía a Videla buenas escuelas de periodismo, se olvidó de que el alcalde, en el fondo, es un idiota: Macri ni se dio cuenta de la jugada.
La decisión del gobierno de Cristina Fernández, de pleno respeto a los Derechos Humanos, de no intervención represora frente a los conflictos sociales, y sobre todo de no caer en la provocación que le tendían los fascistas, los idiotas y los lúmpenes de la política, fue clave. Al cierre de esta edición Cristina y su gabinete avanzaban con un programa de acción tendiente a ponerle fin a la crisis; una vez más la derecha conservadora salvaje ha quedado en evidencia.
Por: Víctor Ego Ducrot (APM)